lunes, 7 de febrero de 2011

THE FIGHTER


“Cuando era joven, me dijeron qué significa ser un hombre. Ahora que alcancé esa edad, he intentado hacer todo eso lo mejor que he podido. No importa cómo lo intente, siempre acabo en el mismo lío. Buenos tiempos, malos tiempos. He tenido un poco de todo”.
(Good Times, Bad Times – Led Zeppelin)



El boxeo constituye un subgénero del cine. Aunque estas películas generalmente concluyen con las luces de un triunfo épico, algunas demasiado embriagadoras, en la oscuridad del gimnasio, cuando los protagonistas experimentan la soledad de una actividad incomprendida, se entrenan juicios que golpean directamente a nuestro mentón social. Al boxeador callado, emocionalmente contenido, siempre se contrapone el luchador sobreexcitado. La típica dicotomía Rocky – Apollo Creed. El abismo que separa a los personajes sirve, en parte, para desplegar la estrategia negra, que en el caso de The Fighter, reconforta con un guión ágil.

La familia de Micky Ward, interpretado por Mark Wahlberg, tiene todas las condiciones que definen a la “white trash” estadounidense: gritona, borracha, drogadicta, tramposa, traicionera, perversamente aclanada. Con 31 años, Micky sabe que la sombra de Dicky, su hermanastro mayor, la  otrora gloria del pueblo que tuvo la chance de pelear con Sugar Ray Leonard, ha opacado su rendimiento deportivo y ya no queda mucho tiempo para reivindicarse. Alice, su madre-manager, a cargo de la magistral Melissa Meo, se encarga de estrujar financieramente los escasos combates que quedan. Las otras 7 hijas, gordas e histéricas, también sostienen sus vidas de lo poco que Alice recauda de las palizas que recibe Micky.

Quizás por la participación de los protagonistas reales de la historia en la construcción de la cinta, que queda refrendada con el saludo que hacen al final junto a los créditos, queda la sensación que no hubo interés por escarbar más en esta particular familia ni en lo que realmente siente Micky respecto de ella. Lo mismo ocurre con las correrías de Dicky por el mundo del crack. Si bien no podíamos esperar una revisión tipo Clockers de Richard Price, tampoco es justo con la historia que el personaje de Christian Bale se presente de una manera tan simpática, con una calidez que no se cultiva fumando tanta mierda. Pensando en futuros premios, no quisieron pegarse un tiro en el pie. Si hubiese tenido un giro más Scorsese, adiós postulaciones. El mismo autor de Toro Salvaje tuvo que hacer algo parecido en Los Infiltrados con el fin conseguir el Oscar que se la había negado con cintas que sí refregaban a la audiencia la falsedad del sueño americano. La actuación de Bale, por más que tenga peaks altos, esté acompañada de una transformación física impresionante, y saque carcajadas, cae a ratos en la caricatura, igual que Jack Nickolson como jefe mafioso de Di Caprio.

Ojo que lo anterior no le quita mérito a la película. Fue concebida así. No pasa gato por liebre. Pese a las falencias mencionadas, podemos hacernos alguna idea de la familia que rodea a un boxeador de poca monta que repentinamente roza el éxito, algo que Clint Eastwood esbozó crudamente en Million Dollar Baby con la visita de los parásitos de Hillary Swank, con poleras y gorros de Disney, al hospital.

Aquí hay redención familiar. La ya mencionada agilidad del guión ayuda a que uno baje la guardia y reciba este uppercut emocional sin tirar la toalla.     

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